Unas de las grandes herramientas, con la cual cuenta el régimen castro-estalinista en Venezuela, es la misma con la cual cuenta ese mismo régimen en Nicaragua: ¡la corrupción genética!
No es ahora, en “La Quinta” que se ha desatado en Venezuela el fenómeno de la corrupción, a todos los niveles. La corrupción – que en Venezuela ya era genética – ha venido azotando los cimientos mismos del país, desde que muchos de nosotros tenemos memoria, pero Chávez la ha exacerbado.
Ser corrupto en Venezuela ha sido siempre simpático. Con Chávez, esta corrupción se ha multiplicado a la enésima potencia, como una de sus mejores armas.
En Venezuela funciona la “economía de la corrupción”. Eso es una verdad que nadie puede negar. Lo mismo sucede en la Nicaragua de los Ortega, donde hasta los mismos somocistas, incluyendo a la familia del ex dictador, se empatan. De esta forma, estos regímenes “embarran” a propios y a extraños.
En nuestro país, como en Nicaragua, existen grupos de conchupantes: la inmensa mayoría (por no decir toda) de los dirigentes de la “oposición” y, un importante sector conformado por millones y millones de venezolanos, que se aprovecha de la mano floja en torno a los chanchullos comerciales.
Conozco cualquier cantidad de venezolanos, dentro y fuera del país, que ODIA A CHÁVEZ, pero que – de una manera directa o indirecta – se beneficia del régimen a través de contratos o de negocios ilícitos, permitidos abiertamente por el nuevo sistema. Uno de ellos, por ejemplo, es el de generar dólares a la tasa oficial, a través de los cupos para los viajes al exterior, que luego son vendidos en Venezuela en el mercado negro. En esa fiesta participan Raymundo y todo el Mundo. Se le solicita a Cadivi (el organismo que controla el otorgamiento de divisas, en un país donde hay un control de cambio) el cupo anual para viajar al exterior, digamos de $ 3.000. Se gastan $ 500 y el resto se vende en el mercado negro.
Nota: Para el momento de entrar en la imprenta esta segunda edición, el régimen había recortado – drásticamente – lo “cupos de viajeros”, debido a la crisis global.
Esta corrupción funciona como un arma de doble filo. El día en que a Chávez le dé la gana, podrá sacudirse de su camino a muchos de los que hoy se benefician de la repartición de esa gran torta que, aunque mermada, es Venezuela.
Tengo un gran amigo en Venezuela que es incapaz de escuchar a Chávez cuando habla. Se entera de sus locuras por la prensa, sin embargo, no hace mucho me dijo: “te lo juro, Robert. Yo estoy haciendo hoy más real (dinero) que nunca…” Aunque él me asegura que no está haciendo negocios directamente con el régimen, muchos de sus grandes clientes sí. Ese dinero sucio, proveniente de los chanchullos en contubernio con los chivos gordos (los llamados “pinchos” en la Cuba de Castro), le salpica.
Los funcionarios venezolanos, además de ser corruptos, son malos administradores. Eso no es nuevo. Si el régimen contratara a la empresa auditora más prestigiosa del planeta para revisar las cuentas de los alcaldes y gobernadores de la oposición, una vez que éstos dejen sus puestos, los sapos y las culebras que encontraría podrían amontonarse en una montaña que llegaría hasta la luna… y más allá.
A mí no me consta una sola irregularidad administrativa cometida por algún funcionario público de la oposición, pero podría jugarme la vida que si abrimos los libros, ardería Troya.
¿Por qué Chávez no ha ordenado, siquiera, la más mínima investigación (de verdad-verdad, no de mentirita) para verificar el buen proceder administrativo de algunos de esos dirigentes de la oposición que han pasado por las alcaldías y las gobernaciones en calidad de “opositores”?
Ahí vemos, por ejemplo, la acusación por supuesta corrupción que el régimen le ha hecho a Manuel Rosales, acusación que lo sacó del país. “La prueba del crimen” es una finquita que el pobre Rosales tiene por ahí, la cual, según le declaró su esposa a Univisión, es producto de un “enriquecimiento ilícito obtenido con el sudor de su frente”… con el sudor de la frente de su esposo, Manuel Rosales; algo así como los gastos que, según Blanquita Ibáñez, tenía “cubridos”.
Si en algún momento, en el medio de ese show, Rosales se “pone a derecho”, es decir: regresa a Venezuela y se entrega a la justicia, lo más probable es que lo absuelvan o le echen un par de meses, que cumpliría en su casa de Maracaibo… tal vez, digo yo. Ahora. Si la idea del régimen es sacarlo del medio político, de verdad-verdad, lo único que tendría que hacer es internarse en los libros de la alcaldía de Maracaibo y de la gobernación del Zulia y revisar las cuentas de su gestión, de la gestión de Rosales. El “señor presidente” Chávez puede jugarse la vida que a que le conseguirá cualquier cantidad de bichos raros en esas cuentas. Con esas pruebas “goldas”, lo lleva a prisión y, de paso, lo inhabilita políticamente. ¿Pero acusándolo de tener una finquita producto de un “enriquecimiento ilícito obtenido con el sudor de su frente”? ¡Por favor!
Estos tiranos de corte castro-estalinistas, si tienen que mandar a matar lo hacen, con tal de eliminar a los verdaderos opositores con opción de desestabilizar el poder que ostentan. Meter preso por corrupción a un verdadero opositor sería mucho más elegante y muchísimo menos costoso. ¿Por qué no lo hacen?
Cuando uno se le para al lado a Arnoldo Alemán, en Nicaragua, el hedor que expide a corrupción es inaguantable. ¿Por qué no está preso Arnoldo Alemán?
En Nicaragua reventó un escándalo donde se ligaba a Eduardo Montealergre (el Manuel Rosales nica) con unos bonos con que, según muchos, se enquesó (se llenó de dinero, producto de la corrupción), siendo Ministro de Hacienda del gobierno títere de Enrique José Bolaños Geyes. Todavía existen nicaragüenses que creen en él, como existen venezolanos que creen en Rosales. Si Eduardo Montealegre es un potencial enemigo de los Ortega, ¿por qué no lo investigan a fondo, lo juzgan, lo encuentran culpable y lo inhabilitan para que se dedique a otra cosa que no sea a la de aspirar a un cargo de elección popular en Nicaragua, en lugar de meterle un tiro en cada ojo, como los sandinistas hicieron con el Dr. Sequeira, líder civil de la verdadera oposición nicaragüense?
Cuando “La Cuarta” también sucedía lo mismo, porque Venezuela se convirtió en un país de cómplices. Fueron pocos los funcionarios que se las vieron negras, tras ser acusados e investigados por corrupción… como Vinicio Carrera, aquel descarado ministro de Luis Herrera Campíns, quien tuvo que salir del país y no pudo regresar a él antes de que su causa prescribiera.
Cualquiera podría confundirse con esta persecución a Manuel Rosales que lo llevó, supuestamente, al exilio y lo obligó a pedir asilo político en Perú. Es muy pronto para explicar tal “fenómeno”. Nos consta, MÁS ALLÁ DE TODA DUDA, que Manuel Rosales pactó con el régimen para declarar y aceptar su “derrota” en las “elecciones” presidenciales de diciembre de 2006. De ahí en adelante, salía de primerito a aceptar el “triunfo” del oficialismo. Hablaba de RECONCILIACIÓN con el régimen. Era uno de los ABANDERADOS de la VÍA ELECTORAL y uno de los mayores detractores de la SUBLEVACIÓN CÍVICA, ACTIVA, GENERALIZADA Y SOSTENIDA, enmarcada dentro de los artículos 350 y 333 de la constitución “bolivariana”, “La Bicha”. Rosales exigía de sus seguidores un apego a las leyes, a la constitución y a las normas democráticas, pero NO LE EXIGÍA LO MISMO AL RÉGIMEN, en consecuencia, llevaba a su “avalancha” de seguidores a comicios sin garantía alguna.
Un buen día, ese régimen - que ÉL EVIDENTEMENTE PROTEGÍA -, se ensañó en su contra y lo llevó, aparentemente, al exilio. No sabemos qué pasó ahí. Esa persecución, de ser genuina, puede obedecer a un sinfín de factores.
En la Nicaragua de los hermanos Ortega, de la noche a la mañana, el régimen (aunque detrás de las cortinas del poder), se ensañó con el ex presidente Arnoldo Alemán y lo llevó a un tribunal que lo condenó a VEINTE AÑOS de prisión por corrupción y lavado de dinero. Alemán había sido una pieza CLAVE de la “conchupancia nica”. Fue creado por los hermanos Ortega y montado – a dedo (SIN ELECCIONES) – por el sandinismo en la alcaldía de Managua, cuando nadie conocía de su existencia.
Cuando el gobierno títere de la Violeta Chamorro-Toño Lacayo, llegó a su fin, le tocó el turno al gobierno de Arnoldo Alemán, el cual fue precedido por un tercer títere de los Ortega: Enrique Bolaños. Fue durante el gobierno bufo de Bolaños que Alemán fue acusado de corrupción y de lavado de dinero. Pagó UN DÍA de cárcel, tres años de prisión domiciliaria (donde tenía un helicóptero a su disposición para pasear) y cuatro años de cárcel condicionada, donde no podía salir – supuestamente – de la ciudad de Managua. Luego de “pagar” cuatro años de una condena de veinte, la Corte Suprema de Justicia de Nicaragua, mediante una sentencia que nadie (ni el propio Alemán) ha sabido explicar, lo “perdonó” y le devolvió todos sus derechos constitucionales, incluyendo su derecho a ejercer la abogacía y el de ser electo por voluntad popular. Ahí no pasó nada.
Teniendo Alemán la ciudad de Managua por cárcel, pactó con los Ortega, preparando el paripé para que el Daniel pudiera ser electo presidente y ejercer el poder oficialmente, no tras bambalinas, como lo había venido ejerciendo desde que la Violeta se “hizo cargo” de la presidencia en Nicaragua.
Hoy Alemán ha asumido de lleno el liderazgo de la “oposición”, al menos desde el Partido Liberal (los adecos nicas) y, a pesar de que es un declarado “opositor” del sandinismo, cada vez que puede, ayuda a los Ortega. Su última gracias, hace unos meses, fue repudiar la actitud de los “países donantes”, cuando les retiraron la ayuda económica a los Ortega, luego del DESCARADÍSIMO FRAUDE en las pasadas elecciones municipales. Según los entendidos, Alemán ya “huele” a presidente de Nicaragua. Llegará a la presidencia y las aguas regresarán a su nivel y con ellas, la ayuda económica de esos “países donantes”. Todo quedará en familia.
¿Le habrán aconsejado a Chávez que hiciese lo mismo con Manuel Rosales? No lo sabemos. Eso está por verse. Si el paladín marabino regresa de su “exilio”, recibe un “juicio justo”, se reincorpora a la política y retoma la antorcha de la oposición, sabremos que algo está oliendo mal en Dinamarca. Mientras tanto habrá que mantener los ojos pelados.
La acusación por corrupción en Venezuela siempre ha servido como un arma política. Esa arma se empleó para sacar del poder, en su segundo período, a Carlos Andrés Pérez.
Cuando el famoso escándalo de los “bonos de exportación”, donde a cualquiera que “exportaba” algo (así hubiese sido agua con perfume marca “Pachulí”) se le daba un bono de hasta por el 30% sobre lo “exportado”, el cual podía ser negociado con un ínfimo descuento en la bolsa de valores venezolana, una jueza, Mildred Camero, quien luego se “enchavizaría” para seguir conchupando en “La Quinta”, recibió en su tribunal MÁS DE MIL CASOS por supuestas estafas a la nación a través de los bonos producto de exportaciones falsas, o fantasmas: ¡no encontró culpable a uno solo de ellos!
A esta perla de jueza, Chávez la llegó a nombrar presidenta de CONACUID, la Comisión Nacional Contra el Uso Ilícito de Drogas. ¡Dios nos ampare! ¡Carnero cuidando pasto!
Entonces, en “La Cuarta”, el pacto contemplaba la impunidad, porque después de los adecos, vendrían los copeyanos. Cada partido político tenía una “cuota de jueces”. Eso no es un secreto ni estoy dando un “tubazo” (una noticia bomba). En parte, así comenzamos a perder a Venezuela.
Thomas Jefferson una vez dijo que sin un sistema judicial pulcro y probo, no podía existir un país. Entonces, según esa teoría de Jefferson, Venezuela – tal vez – jamás ha existido… lo que existió fue, como dijo alguien por ahí, “una caricatura de país” o, en el mejor de los casos: un bosquejo.
Algunos de los más populares sketchs cómicos de la televisión venezolana, por décadas y décadas, tenían que ver con la descarada corrupción que ha existido siempre en Venezuela. Todavía me acuerdo del sketch semanal del arbolito, en la época dorada de Radio Rochela, con Don Tito Martínez del Box, por allá por los años sesenta, justamente cuando mi familia y yo llegamos a Venezuela.
El sketch trataba de un individuo, caracterizado por el excelente comediante Fausto Verdial, que iba a solicitar un permiso para sembrar un arbolito, cuando éste no tenía más de 5cms de altura. Cada semana le pintaban un cuento nuevo, mientras el arbolito iba creciendo y creciendo hasta que se convirtió, fuera de la tierra, en un frondoso árbol, el cual jamás pudo sembrar, porque el ciudadano que pretendía obtener el permiso, “no se bajaba de la mula” (no sobornaba). Un día introdujo todos los absurdos y ya-voluminosos recaudos que el funcionario de la dependencia gubernamental le había solicitado, pero cuando éste los revisó, se dio cuenta de que faltaba el acta de defunción de la bisabuela de aquel pobre infeliz que intentaba obtener el dichoso permiso… un permiso, que para empezar, no era requerido por la ley. Aquello era un chiste, pero hasta en los programas cómicos de total audiencia, se promovía la corrupción como algo cotidiano: un deporte nacional, que lejos de escandalizar, daba risa.
En el segundo gobierno de Caldera, introduje a Venezuela, desde África del Sur los primeros avestruces domésticos (“Avestruz de Cuello Negro” – Struthios camelus var. domesticus) que llegaron al país. Fundé la “Asociación Venezolana de Criadores de Avestruz” (AVCA) y me asocié con un sudafricano llamado Mervin Malan, quien había montado una granja de avestruces en Curazao, la “Curazao Ostrich & Game Farm”, convertida hoy en la segunda atracción turística de esa isla holandesa del Caribe.
Todo iba viento en popa en el entonces llamado Ministerio de Agricultura y Cría (MAC), donde cumplía con los protocolos sanitarios y demás exigencias de importación de animales vivos domésticos para obtener el permiso sanitario que me permitía introducir al país estos animales pertenecientes a la variedad doméstica de los avestruces.
Un buen día me cita una sinvergüenza llamada Mirna Quero de Peña, quien – para entonces – era la Directora de Profauna; luego se convertiría de copeyana a chavista furibunda y, por supuesto, ascendería de escalafón.
Mirna Quero de Peña, para hacer la historia corta, me dijo que los avestruces que venía importando a Venezuela eran animales silvestres y que tenía que cumplir con el protocolo para la producción, cría y comercialización de animales silvestres en el país… algo que era imposible, si se quería comercializar la carne de estas aves con algún margen de ganancia, sin incumplir los protocolos, las normas y las leyes.
En el Ministerio del Ambiente, que sería el organismo gubernamental que, en todo caso, tendría que lidiar con el asunto, pululaban, impune y descaradamente, unas fieras llamadas “gestores”, que “manejaban el criterio” del ministerio, como ellos mismos decían. Profauna estaba adscrito al Ministerio del Ambiente.
Una tarde me llamó Mirna Quero de Peña para aconsejarme que me pusiera en manos de esos “gestores” para resolver así mi discrepancia con el ministerio. En la primera reunión con uno de aquellos caimanes de boca ancha, recomendados por Mirna Quero de Peña, me pidieron TRES MILLONES DE BOLÍVARES (de los “semi-buenos”, no tan devaluados) para “resolver el incidente” y determinar que aquellos avestruces NO ERAN SILVESTRES.
Como había cualquier cantidad de documentación científica que respaldaba el hecho que se trataba de animales DOMÉSTICOS y, bajo sus características, según la Ley de Fauna Silvestre, no cabía la menor duda de que lo eran, decidí no aceptar “la oferta” del “gestor” amigo de la Mirna… lo que comenzó a complicar el asunto.
La “doctora” Quero de Peña me volvió a citar para volverme a recomendar que me volviera a reunir con el mismo “gestor”, recomendación que acepté. En la segunda oportunidad, el “gestor” me pidió DIEZ MILLONES DE BOLÍVARES. Cuando le pregunté la razón por la cual me habían subido la parada de 3millones a 10millones, la descarada respuesta fue: “¿tú no eres hermano de la María Conchita Alonso, pues?” La gente siempre ha creído que mi hermana es millonaria y que reparte esos millones entre los miembros de su familia. Evidentemente, aquel sinvergüenza se había recién-enterado de mi relación familiar con María Conchita.
No me quedó otra que demandar a la nación ante la Sala Político-Administrativa del Tribunal Supremo de Justicia. Eso fue en “La Cuarta”, cuando estaba en la presidencia Rafael Caldera.
Entre pitos y flautas, llegó “La Quinta” y el juicio – que duró más de diez años – no había arrancado. Entonces les tocó el turno al bate a los funcionarios de Chávez.
Para sustentar la realidad científica de que mis avestruces eran animales domésticos, de acuerdo a la ciencia y de acuerdo a la legislación venezolana, me traje a varios expertos internacionales de renombre, quienes declararon, bajo juramento, ante el Tribunal Supremo de Justicia.
La nación se trajo a tres “expertos” en avestruces, dos de los cuales eran argentinos. Ninguno de ellos supo decirle al tribunal cuántos dedos tenían los avestruces. Cuando le tocó el turno a declarar al “experto” venezolano, se desternilló de la risa con la pregunta: “¿cómo que cuántos dedos?”, repreguntó el hombre.
En eso mi abogado (mi hermano Ricardo), le pregunta: “diga cuántas patas tiene una vaca.” El zoólogo de Profauna respondió: “cuatro, si no es mocha…”
Todo este careo se estaba llevando a cabo bajo la majestad la Sala Político Administrativa del Tribunal Supremo de Justicia. De ahí hacia arriba solamente quedaba el Tribunal Celestial.
Hace unos meses, en el año 2008, el TSJ finalmente sentenció en mi contra, algo que era de esperarse… por supuesto. La “tranca” que me puso Profauna me hizo perder un contrato de tres millones de dólares. Por incumplimiento del contrato con mi cliente, tuve que cancelar doscientos mil dólares, luego de haber perdido ese juicio, ya que había incumplido en la entrega del lote de avestruces reproductores que vendría desde el continente africano. En el proceso perdí una propiedad que tenía en Miami y algunas inversiones que había hecho en la isla de Curazao.
En el año de 1984 me encontraba cumpliendo compromisos profesionales como productor de televisión en WAPA TV, de San Juan de Puerto Rico. Tuve que hacer un viaje a Venezuela para resolver unos asuntos personales. Había ganado Jaime Lusinchi y en una “cola” en la Avenida Libertador, de Caracas, me topé – de carro a carro – con mi ex compañera de Radio Caracas Televisión, Neyda Plessman. Al verme, me gritó desde la ventanilla de su carro que me quería ver, porque su marido – Rafael García Flores – se “había adueñado” (sic) de Venezolana de Televisión (la estación de tv del estado venezolano), donde podríamos contratar, con mi necesaria ayuda, la producción de VARIOS programas de televisión.
Esa tarde me reuní con ella y al día siguiente estábamos sentados los tres, Neyda, Rafael y yo, frente al nuevo presidente de VTV (Venezolana de Televisión, la estación del estado venezolano), un tal “Poeta” Pedro Francisco Lizardo y al gerente general de la planta, Álvaro Vilachá.
En efecto, salimos de la reunión con dos contratos. El primero para producir un programa de media hora que lo produciría y lo presentaría yo, sería de corte científico y se llamaría “Cirugía”. El segundo, también de mi producción, sería un espacio presentado por Neyda Plessman y Rafael García Flores, quienes contraerían nupcias poco después, titulado “Más Allá de la Comprensión”. Trataba de temas esotéricos, un tópico que les gusta mucho a los venezolanos.
En la reunión con “el Poeta”, dejé claro cuánto quería ganar y acordamos que el canal contrataría ambos programas semanales y que le cancelaría a mi empresa, “Producciones Robert Alonso”, Bs. 50.000 por cada uno, es decir: Bs. 400mil cada cuatro semanas, que para entonces era una cifra considerable y muy respetable. Me comprometía, según el contrato, a cubrir los gastos de producción, al estilo de las “producciones independientes”, que más tarde se pondrían muy de moda en Venezuela. Tenía todos los equipos necesarios para sacar al aire ambos programas y un personal calificado para llevar a feliz término aquel interesante contrato.
Regresé a Puerto Rico, terminé mi contrato con WAPA y regresé a Venezuela a trabajar para VTV, como “productor independiente”.
Todo iba a las mil maravillas hasta que García Flores me dijo que teníamos que contratar (darle un “cambur”, una “botella”) a un adeco (miembro inscrito del partido de gobierno para la época, Acción Democrática), por la IMPRESIONANTE SUMA de Bs. 7.000 al mes. La Plessman y García Flores ganaban Bs. 3.500 a la semana, cada uno. El “sueldo” del “camburista” tendría que salir de mi bolsillo, a lo cual me negué rotundamente. Eso bastó y sobró para que mi vida cambiara total y absolutamente.
A la semana, mientras transitaba por la urbanización San Bernardino, de Caracas, leo en la primera plana de un popular vespertino (el cual colgaba de la puerta de un kiosco que daba a la calle), un inmenso titular en color rojo que decía: “Acusado de Estafa el Hermano de María Conchita.”
“No puede ser, si mi hermano Ricardo jamás se mete en problemas…”, me dije al tiempo en que salía de mi carro para leer el periódico. Resultó ser que no se trataba de mi hermano: ¡el acusado era yo! Rafael García Flores y Neyda Plessman me estaban acusando de estafa doble y agravada, por la suma de 7.000 bolívares. Según ambos, los dos cheques que les había cancelado hacía un par de días en pago por sus respectivos salarios, habían rebotado por no tener fondos.
Mi productora quedaba en el Edf. Cavendes, de Los Palos Grandes, en el Estado Miranda, donde se “había cometido el crimen”. La demanda fue introducida en los famosos tribunales de “Pajaritos”, en el Distrito Federal y ante una “juez accidental”, es decir, una juez que le estaba haciendo las vacaciones al juez titular. Los jueces accidentales eran temibles, porque se prestaban para todo tipo de chanchullos.
En aquel entonces, los juicios debían ventilarse en la jurisdicción judicial donde supuestamente se había cometido el crimen. En mi caso, la acusación se debió haber introducido en el tribunal penal de Los Palos Grandes, que estaba a cargo del Juez Sthory.
Ahí mismo, Neyda Plessman retiró su acusación, pero García Flores insistió en ella. Cuando García Flores fue a protestar el cheque, para cumplir con un requisito legal, ante el hoy-desaparecido Banco La Guaira, donde tenía la cuenta de mi productora, se encontró con que había más de 300mil bolívares. Cuando el cajero le preguntó a Rafael si quería cobrar su cheque por 3.500 bolívares (unos $ 600 para la fecha), éste le respondió: “nosotros no hemos venido aquí a cobrarlo, sino a protestarlo”, algo que le fue imposible hacer a mi acusador, ya que en la cuenta había dinero más que de sobra.
En eso, mi abogado, Juan Cancio Garantón Nicolai, había introducido una petición ante mi tribunal natural, en Los Palos Grandes, para que el juicio se ventilara donde tenía que ser. Él sabía que tenía que sacarlo de las garras de la juez accidental, en un tribunal que no podía conocer del caso. Entonces se estableció una batalla jurídica entre ambos jueces, ya que la jueza de “Pajaritos” se negaba a enviar los recaudos al juez Sthory, alegando que primero me tenía que “poner a derecho” en su tribunal.
En fin. Logramos que la juez enviara todos los recaudos a Los Palos Grandes, tribunal ante el cual me puse a derecho, es decir: me entregué.
El escándalo ya se había generalizado y había traspasado las fronteras de Venezuela. La Associated Press había distribuido la noticia en varios idiomas. La comidilla del momento era “el hermano estafador de María Conchita Alonso”.
La juez accidental de “Pajaritos” me tenía cocinada una orden judicial para enviarme al “Retén de Catia”, el más peligroso de Venezuela, donde enviaban a los criminales más atroces. El juez Sthory, ante una demanda por estafa de 3.500 bolívares, decidió recluirme en el “Retén del Junquito”, donde iban los criminales de cuello blanco, políticos, etc. El mismo retén donde se encontraba pagando condena, por motivos más políticos que otra cosa, el ex presidente de la CANTV (compañía telefónica de Venezuela), Nerio Neri Mago.
En aquel entonces cuando a uno le dictaban un auto de detención, tras una acusación criminal, tenía que ser recluido, por ley, en un retén o en una cárcel, mientras se celebraba el juicio, que podía durar años. No existía, entonces, el mecanismo de fianza. La ley, afortunadamente, cambió. De los 20.000 presos que atiborraban las cárceles de entonces, una tercera parte estaba compuesta por “procesados penales”, es decir, por reclusos que esperaban que sus juicios comenzaran o terminaran, lo que podría llevarse años. Ojo: eso era en “La Cuarta”.
Luego de una semana en el “Retén del Junquito”, el juez de primera instancia, Sthory, me absolvió y sentó jurisprudencia, pues me eximió de tener que pagarle los 3.500 bolívares a mi acusador, Rafael García Flores, por haber éste despreciado su cobro cuando intentó protestarlo ante el banco.
Aquella acusación estaba repleta de vicios, además del hecho de haber sido introducida en un tribunal que no tenía competencia para llevar mi caso. Para que hubiera delito de estafa, el estafador debió haber recibido del estafado una contraprestación… y en mi caso, le estaba cancelando un salario a un empleado. De haber rebotado el cheque, lo que jamás sucedió (como luego nos enteramos en el juicio), la deuda entre el patrón (yo) y el empleado (García Flores) hubiera persistido. En todo caso se hubiera tratado de una demanda civil, por cobro de bolívares… no de una estafa y mucho menos “agravada”.
Al pasar los años e, incluso, las décadas, no era raro que al conocer a alguien se me preguntara: “¿tú no eres el hermano de María Conchita, el que estuvo preso por estafa?” Del tiro me salí de la televisión y comencé a producir documentales para el exterior. Afortunadamente me fue bien. Fui contratado como productor de documentales por las Naciones Unidas y por muchas instituciones de importancia mundial. Ni Neyda Plessman ni Rafael García Flores regresaron a la televisión. La primera tuvo un accidente neuro vascular que la llevó al borde de la muerte y García Flores tuvo que echar el resto dando clases de locución en un timbiriche de mala muerte. Pocos meses después del escándalo, la pareja se divorció y jamás se habló de ellos.
Pude haberlos acusado por un delito sumamente grave, “simulación de hechos punibles”, ya que jamás hubo tal “rebote del cheque”, pues García Flores ni siquiera había depositado el cheque o lo había intentado cobrar por taquilla. Así de descarado era el sistema judicial en Venezuela, donde lo normal era que los jueces se prestasen al chanchullo, salvo muy contadas excepciones, por supuesto. Dentro del sistema judicial de “La Cuarta”, lo normal era la corrupción más descarada, lo anormal era la honestidad. Y que me perdonen los jueces que lean este libro.
La madre de García Flores trabajaba como telefonista o secretaria en el poderosísimo bufete del Dr. David Morales Bello, el capo de un cartel jurídico llamado “La Tribu” y homólogo de Ildemaro “Garabato” Martínez (del Partido Social Cristiano Copei), a la hora de manejar el fraude en el entonces Consejo Supremo Electoral, hoy Consejo Nacional Electoral.
Imagínense un país donde un individuo con cierta “palanca” (contacto político), se le aparece a un juez con un cheque que recién acaba de recibir, del monto que fuese, con la intención de “hacer una olla” y que ese juez se preste para que la falsa acusación prospere, a sabiendas de que jamás el cheque estuvo desamparado por los debidos fondos. Si consideramos que esa experiencia horrible que a mi familia y a mí nos tocó vivir, era (en “La Cuarta”) tan cotidiana como los muertos que hoy produce el hampa en la Venezuela de Chávez, podríamos comenzar a entender, un poquito, por qué perdimos – entre muchísimos otros factores – a Venezuela.
Lo que se produjo en mi caso fue lo que entonces llamábamos “terrorismo judicial”. Como ya dije, era algo NORMAL. En el proceso, se le embarraba el buen nombre a cualquiera o, se le presionaba para que “se pusiera a tiro”.
Mis hijos tenían que ir al colegio sabiendo que sus compañeritos y Venezuela entera estaban al tanto de que su papá estaba “preso” por estafa, porque desde que comenzó el escándalo y durante la semana que estuve retenido, cumpliendo con un absurdo requisito de la ley de entonces, de lo único que se hablaba en los medios de comunicación “social” del país era de la estafa del hermano de María Conchita.
Todo el proceso se robó grandes titulares, pero el día en que salí del Retén del Junquito, la prensa lo reseñó en notas escondidas por allá lejos, entre las páginas que menos se leían. Cuando le pregunté a un periodista venezolano amigo, por qué se produjo tal fenómeno, me respondió que la libertad de un detenido “no es noticia”.
Lo primero que hice, al salir de “prisión” (jamás estuve “preso” sino “detenido” para cumplir con ese absurdo e injusto formalismo legal de la época), fue contratar un bufete con mucho poder político para introducir las respectivas contra-demandas por difamación, injuria, falsos alegatos, abuso de poder… y el peor de todos ellos: simulación de hechos punibles.
Mi familia me aconsejaba que dejara todo eso atrás, por temor a otro escándalo. Mi padre me decía que mientras más se revolviera “la mierda”, más iba a apestar.
Se produjeron dos hechos tremendamente influyentes para que desistiera de llevar a la verdadera prisión a Rafael García Flores y a su esposa Neyda Plessman. El primero tuvo que ver con mi guía espiritual, el hoy-fallecido Monseñor Eduardo Bosa Masvidal, para entonces obispo auxiliar de la ciudad de Los Teques, un sacerdote – consejero espiritual del exilio histórico cubano en Venezuela – quien fue virtualmente echado de la Cuba de Castro a patadas y había buscado refugio, como mi familia, en nuestra patria adoptiva. Él me ayudó a encontrar cierta paz espiritual.
El segundo evento lo produjo una visita que le hiciera la madre de Neyda Plessman a la mía, donde le rogaba en llantos que me pidiera que dejara todo así, porque su familia no podría soportar una desgracia más.
Neyda Plessman provenía de una distinguida familia venezolana. Su padre era un famosísimo cirujano y su madre había sido clienta de la mía en el conocido “Gimnasio Siluet”, propiedad de mis padres. Su madre hizo que le PROMETIERA que no iba a tomar acciones legales en contra de Neyda, quien, en un principio, había introducido la acusación en mi contra, presionada – supongo – por su entonces esposo, Rafael García Flores, dueño en Venezuela de una merecida fama de bandolero y que no pegaba con aquella familia, ni con el círculo social en el cual ella se desenvolvía.
Lo único que hice fue denunciar a la juez accidental ante el Consejo de La Judicatura, donde el caso fue engavetado, porque salpicaría, no sólo al poderoso bufete del Dr. David Morales Bello, sino a todo el sistema judicial, ya que el escándalo sería superlativo, tomando en cuenta el poder mediático que había demostrado tener un problema público en el cual se involucraba el hermano de una de las actrices más famosas de la Venezuela de entonces, quien acaba de debutar en Hollywood con la película “Moscú en Nueva York”, compartiendo honores con Robin Williams.
Así funcionaba la justicia en “La Cuarta”, cuando Venezuela era “decente” y democrática. ¿Cómo será ahora, cuando el sistema judicial está al total servicio de Hugo Rafael Chávez Frías?
Es por eso que me asombro cuando veo que “nuestros” dirigentes de la “oposición” introducen escritos, amparos y demandas ante el Tribunal Supremo de Justicia, como si ellos no supieran, de antemano, cuál será el resultado.
Cuando ahora se comenzó a hablar, luego del hiper-mega fraude del 15F2009, de solicitar ante el TSJ el adecentamiento del C.N.E., lo menos que me produjo fue risa. Como diría Joselo, un comediante que tuvo su época en Venezuela y que destruyó su imagen arrastrándose al régimen: “¿por qué engañan?”
A Robert Alonso nadie le puede hablar de cómo se bate el cobre en los tribunales de justicia venezolanos… ni en el Consejo Nacional Electoral, porque ha sido “picado” por ambas “culebras” y el “picado de culebra, le tiene miedo al bejuco…”
¡Ahí se las dejo!
No es ahora, en “La Quinta” que se ha desatado en Venezuela el fenómeno de la corrupción, a todos los niveles. La corrupción – que en Venezuela ya era genética – ha venido azotando los cimientos mismos del país, desde que muchos de nosotros tenemos memoria, pero Chávez la ha exacerbado.
Ser corrupto en Venezuela ha sido siempre simpático. Con Chávez, esta corrupción se ha multiplicado a la enésima potencia, como una de sus mejores armas.
En Venezuela funciona la “economía de la corrupción”. Eso es una verdad que nadie puede negar. Lo mismo sucede en la Nicaragua de los Ortega, donde hasta los mismos somocistas, incluyendo a la familia del ex dictador, se empatan. De esta forma, estos regímenes “embarran” a propios y a extraños.
En nuestro país, como en Nicaragua, existen grupos de conchupantes: la inmensa mayoría (por no decir toda) de los dirigentes de la “oposición” y, un importante sector conformado por millones y millones de venezolanos, que se aprovecha de la mano floja en torno a los chanchullos comerciales.
Conozco cualquier cantidad de venezolanos, dentro y fuera del país, que ODIA A CHÁVEZ, pero que – de una manera directa o indirecta – se beneficia del régimen a través de contratos o de negocios ilícitos, permitidos abiertamente por el nuevo sistema. Uno de ellos, por ejemplo, es el de generar dólares a la tasa oficial, a través de los cupos para los viajes al exterior, que luego son vendidos en Venezuela en el mercado negro. En esa fiesta participan Raymundo y todo el Mundo. Se le solicita a Cadivi (el organismo que controla el otorgamiento de divisas, en un país donde hay un control de cambio) el cupo anual para viajar al exterior, digamos de $ 3.000. Se gastan $ 500 y el resto se vende en el mercado negro.
Nota: Para el momento de entrar en la imprenta esta segunda edición, el régimen había recortado – drásticamente – lo “cupos de viajeros”, debido a la crisis global.
Esta corrupción funciona como un arma de doble filo. El día en que a Chávez le dé la gana, podrá sacudirse de su camino a muchos de los que hoy se benefician de la repartición de esa gran torta que, aunque mermada, es Venezuela.
Tengo un gran amigo en Venezuela que es incapaz de escuchar a Chávez cuando habla. Se entera de sus locuras por la prensa, sin embargo, no hace mucho me dijo: “te lo juro, Robert. Yo estoy haciendo hoy más real (dinero) que nunca…” Aunque él me asegura que no está haciendo negocios directamente con el régimen, muchos de sus grandes clientes sí. Ese dinero sucio, proveniente de los chanchullos en contubernio con los chivos gordos (los llamados “pinchos” en la Cuba de Castro), le salpica.
Los funcionarios venezolanos, además de ser corruptos, son malos administradores. Eso no es nuevo. Si el régimen contratara a la empresa auditora más prestigiosa del planeta para revisar las cuentas de los alcaldes y gobernadores de la oposición, una vez que éstos dejen sus puestos, los sapos y las culebras que encontraría podrían amontonarse en una montaña que llegaría hasta la luna… y más allá.
A mí no me consta una sola irregularidad administrativa cometida por algún funcionario público de la oposición, pero podría jugarme la vida que si abrimos los libros, ardería Troya.
¿Por qué Chávez no ha ordenado, siquiera, la más mínima investigación (de verdad-verdad, no de mentirita) para verificar el buen proceder administrativo de algunos de esos dirigentes de la oposición que han pasado por las alcaldías y las gobernaciones en calidad de “opositores”?
Ahí vemos, por ejemplo, la acusación por supuesta corrupción que el régimen le ha hecho a Manuel Rosales, acusación que lo sacó del país. “La prueba del crimen” es una finquita que el pobre Rosales tiene por ahí, la cual, según le declaró su esposa a Univisión, es producto de un “enriquecimiento ilícito obtenido con el sudor de su frente”… con el sudor de la frente de su esposo, Manuel Rosales; algo así como los gastos que, según Blanquita Ibáñez, tenía “cubridos”.
Si en algún momento, en el medio de ese show, Rosales se “pone a derecho”, es decir: regresa a Venezuela y se entrega a la justicia, lo más probable es que lo absuelvan o le echen un par de meses, que cumpliría en su casa de Maracaibo… tal vez, digo yo. Ahora. Si la idea del régimen es sacarlo del medio político, de verdad-verdad, lo único que tendría que hacer es internarse en los libros de la alcaldía de Maracaibo y de la gobernación del Zulia y revisar las cuentas de su gestión, de la gestión de Rosales. El “señor presidente” Chávez puede jugarse la vida que a que le conseguirá cualquier cantidad de bichos raros en esas cuentas. Con esas pruebas “goldas”, lo lleva a prisión y, de paso, lo inhabilita políticamente. ¿Pero acusándolo de tener una finquita producto de un “enriquecimiento ilícito obtenido con el sudor de su frente”? ¡Por favor!
Estos tiranos de corte castro-estalinistas, si tienen que mandar a matar lo hacen, con tal de eliminar a los verdaderos opositores con opción de desestabilizar el poder que ostentan. Meter preso por corrupción a un verdadero opositor sería mucho más elegante y muchísimo menos costoso. ¿Por qué no lo hacen?
Cuando uno se le para al lado a Arnoldo Alemán, en Nicaragua, el hedor que expide a corrupción es inaguantable. ¿Por qué no está preso Arnoldo Alemán?
En Nicaragua reventó un escándalo donde se ligaba a Eduardo Montealergre (el Manuel Rosales nica) con unos bonos con que, según muchos, se enquesó (se llenó de dinero, producto de la corrupción), siendo Ministro de Hacienda del gobierno títere de Enrique José Bolaños Geyes. Todavía existen nicaragüenses que creen en él, como existen venezolanos que creen en Rosales. Si Eduardo Montealegre es un potencial enemigo de los Ortega, ¿por qué no lo investigan a fondo, lo juzgan, lo encuentran culpable y lo inhabilitan para que se dedique a otra cosa que no sea a la de aspirar a un cargo de elección popular en Nicaragua, en lugar de meterle un tiro en cada ojo, como los sandinistas hicieron con el Dr. Sequeira, líder civil de la verdadera oposición nicaragüense?
Cuando “La Cuarta” también sucedía lo mismo, porque Venezuela se convirtió en un país de cómplices. Fueron pocos los funcionarios que se las vieron negras, tras ser acusados e investigados por corrupción… como Vinicio Carrera, aquel descarado ministro de Luis Herrera Campíns, quien tuvo que salir del país y no pudo regresar a él antes de que su causa prescribiera.
Cualquiera podría confundirse con esta persecución a Manuel Rosales que lo llevó, supuestamente, al exilio y lo obligó a pedir asilo político en Perú. Es muy pronto para explicar tal “fenómeno”. Nos consta, MÁS ALLÁ DE TODA DUDA, que Manuel Rosales pactó con el régimen para declarar y aceptar su “derrota” en las “elecciones” presidenciales de diciembre de 2006. De ahí en adelante, salía de primerito a aceptar el “triunfo” del oficialismo. Hablaba de RECONCILIACIÓN con el régimen. Era uno de los ABANDERADOS de la VÍA ELECTORAL y uno de los mayores detractores de la SUBLEVACIÓN CÍVICA, ACTIVA, GENERALIZADA Y SOSTENIDA, enmarcada dentro de los artículos 350 y 333 de la constitución “bolivariana”, “La Bicha”. Rosales exigía de sus seguidores un apego a las leyes, a la constitución y a las normas democráticas, pero NO LE EXIGÍA LO MISMO AL RÉGIMEN, en consecuencia, llevaba a su “avalancha” de seguidores a comicios sin garantía alguna.
Un buen día, ese régimen - que ÉL EVIDENTEMENTE PROTEGÍA -, se ensañó en su contra y lo llevó, aparentemente, al exilio. No sabemos qué pasó ahí. Esa persecución, de ser genuina, puede obedecer a un sinfín de factores.
En la Nicaragua de los hermanos Ortega, de la noche a la mañana, el régimen (aunque detrás de las cortinas del poder), se ensañó con el ex presidente Arnoldo Alemán y lo llevó a un tribunal que lo condenó a VEINTE AÑOS de prisión por corrupción y lavado de dinero. Alemán había sido una pieza CLAVE de la “conchupancia nica”. Fue creado por los hermanos Ortega y montado – a dedo (SIN ELECCIONES) – por el sandinismo en la alcaldía de Managua, cuando nadie conocía de su existencia.
Cuando el gobierno títere de la Violeta Chamorro-Toño Lacayo, llegó a su fin, le tocó el turno al gobierno de Arnoldo Alemán, el cual fue precedido por un tercer títere de los Ortega: Enrique Bolaños. Fue durante el gobierno bufo de Bolaños que Alemán fue acusado de corrupción y de lavado de dinero. Pagó UN DÍA de cárcel, tres años de prisión domiciliaria (donde tenía un helicóptero a su disposición para pasear) y cuatro años de cárcel condicionada, donde no podía salir – supuestamente – de la ciudad de Managua. Luego de “pagar” cuatro años de una condena de veinte, la Corte Suprema de Justicia de Nicaragua, mediante una sentencia que nadie (ni el propio Alemán) ha sabido explicar, lo “perdonó” y le devolvió todos sus derechos constitucionales, incluyendo su derecho a ejercer la abogacía y el de ser electo por voluntad popular. Ahí no pasó nada.
Teniendo Alemán la ciudad de Managua por cárcel, pactó con los Ortega, preparando el paripé para que el Daniel pudiera ser electo presidente y ejercer el poder oficialmente, no tras bambalinas, como lo había venido ejerciendo desde que la Violeta se “hizo cargo” de la presidencia en Nicaragua.
Hoy Alemán ha asumido de lleno el liderazgo de la “oposición”, al menos desde el Partido Liberal (los adecos nicas) y, a pesar de que es un declarado “opositor” del sandinismo, cada vez que puede, ayuda a los Ortega. Su última gracias, hace unos meses, fue repudiar la actitud de los “países donantes”, cuando les retiraron la ayuda económica a los Ortega, luego del DESCARADÍSIMO FRAUDE en las pasadas elecciones municipales. Según los entendidos, Alemán ya “huele” a presidente de Nicaragua. Llegará a la presidencia y las aguas regresarán a su nivel y con ellas, la ayuda económica de esos “países donantes”. Todo quedará en familia.
¿Le habrán aconsejado a Chávez que hiciese lo mismo con Manuel Rosales? No lo sabemos. Eso está por verse. Si el paladín marabino regresa de su “exilio”, recibe un “juicio justo”, se reincorpora a la política y retoma la antorcha de la oposición, sabremos que algo está oliendo mal en Dinamarca. Mientras tanto habrá que mantener los ojos pelados.
La acusación por corrupción en Venezuela siempre ha servido como un arma política. Esa arma se empleó para sacar del poder, en su segundo período, a Carlos Andrés Pérez.
Cuando el famoso escándalo de los “bonos de exportación”, donde a cualquiera que “exportaba” algo (así hubiese sido agua con perfume marca “Pachulí”) se le daba un bono de hasta por el 30% sobre lo “exportado”, el cual podía ser negociado con un ínfimo descuento en la bolsa de valores venezolana, una jueza, Mildred Camero, quien luego se “enchavizaría” para seguir conchupando en “La Quinta”, recibió en su tribunal MÁS DE MIL CASOS por supuestas estafas a la nación a través de los bonos producto de exportaciones falsas, o fantasmas: ¡no encontró culpable a uno solo de ellos!
A esta perla de jueza, Chávez la llegó a nombrar presidenta de CONACUID, la Comisión Nacional Contra el Uso Ilícito de Drogas. ¡Dios nos ampare! ¡Carnero cuidando pasto!
Entonces, en “La Cuarta”, el pacto contemplaba la impunidad, porque después de los adecos, vendrían los copeyanos. Cada partido político tenía una “cuota de jueces”. Eso no es un secreto ni estoy dando un “tubazo” (una noticia bomba). En parte, así comenzamos a perder a Venezuela.
Thomas Jefferson una vez dijo que sin un sistema judicial pulcro y probo, no podía existir un país. Entonces, según esa teoría de Jefferson, Venezuela – tal vez – jamás ha existido… lo que existió fue, como dijo alguien por ahí, “una caricatura de país” o, en el mejor de los casos: un bosquejo.
Algunos de los más populares sketchs cómicos de la televisión venezolana, por décadas y décadas, tenían que ver con la descarada corrupción que ha existido siempre en Venezuela. Todavía me acuerdo del sketch semanal del arbolito, en la época dorada de Radio Rochela, con Don Tito Martínez del Box, por allá por los años sesenta, justamente cuando mi familia y yo llegamos a Venezuela.
El sketch trataba de un individuo, caracterizado por el excelente comediante Fausto Verdial, que iba a solicitar un permiso para sembrar un arbolito, cuando éste no tenía más de 5cms de altura. Cada semana le pintaban un cuento nuevo, mientras el arbolito iba creciendo y creciendo hasta que se convirtió, fuera de la tierra, en un frondoso árbol, el cual jamás pudo sembrar, porque el ciudadano que pretendía obtener el permiso, “no se bajaba de la mula” (no sobornaba). Un día introdujo todos los absurdos y ya-voluminosos recaudos que el funcionario de la dependencia gubernamental le había solicitado, pero cuando éste los revisó, se dio cuenta de que faltaba el acta de defunción de la bisabuela de aquel pobre infeliz que intentaba obtener el dichoso permiso… un permiso, que para empezar, no era requerido por la ley. Aquello era un chiste, pero hasta en los programas cómicos de total audiencia, se promovía la corrupción como algo cotidiano: un deporte nacional, que lejos de escandalizar, daba risa.
En el segundo gobierno de Caldera, introduje a Venezuela, desde África del Sur los primeros avestruces domésticos (“Avestruz de Cuello Negro” – Struthios camelus var. domesticus) que llegaron al país. Fundé la “Asociación Venezolana de Criadores de Avestruz” (AVCA) y me asocié con un sudafricano llamado Mervin Malan, quien había montado una granja de avestruces en Curazao, la “Curazao Ostrich & Game Farm”, convertida hoy en la segunda atracción turística de esa isla holandesa del Caribe.
Todo iba viento en popa en el entonces llamado Ministerio de Agricultura y Cría (MAC), donde cumplía con los protocolos sanitarios y demás exigencias de importación de animales vivos domésticos para obtener el permiso sanitario que me permitía introducir al país estos animales pertenecientes a la variedad doméstica de los avestruces.
Un buen día me cita una sinvergüenza llamada Mirna Quero de Peña, quien – para entonces – era la Directora de Profauna; luego se convertiría de copeyana a chavista furibunda y, por supuesto, ascendería de escalafón.
Mirna Quero de Peña, para hacer la historia corta, me dijo que los avestruces que venía importando a Venezuela eran animales silvestres y que tenía que cumplir con el protocolo para la producción, cría y comercialización de animales silvestres en el país… algo que era imposible, si se quería comercializar la carne de estas aves con algún margen de ganancia, sin incumplir los protocolos, las normas y las leyes.
En el Ministerio del Ambiente, que sería el organismo gubernamental que, en todo caso, tendría que lidiar con el asunto, pululaban, impune y descaradamente, unas fieras llamadas “gestores”, que “manejaban el criterio” del ministerio, como ellos mismos decían. Profauna estaba adscrito al Ministerio del Ambiente.
Una tarde me llamó Mirna Quero de Peña para aconsejarme que me pusiera en manos de esos “gestores” para resolver así mi discrepancia con el ministerio. En la primera reunión con uno de aquellos caimanes de boca ancha, recomendados por Mirna Quero de Peña, me pidieron TRES MILLONES DE BOLÍVARES (de los “semi-buenos”, no tan devaluados) para “resolver el incidente” y determinar que aquellos avestruces NO ERAN SILVESTRES.
Como había cualquier cantidad de documentación científica que respaldaba el hecho que se trataba de animales DOMÉSTICOS y, bajo sus características, según la Ley de Fauna Silvestre, no cabía la menor duda de que lo eran, decidí no aceptar “la oferta” del “gestor” amigo de la Mirna… lo que comenzó a complicar el asunto.
La “doctora” Quero de Peña me volvió a citar para volverme a recomendar que me volviera a reunir con el mismo “gestor”, recomendación que acepté. En la segunda oportunidad, el “gestor” me pidió DIEZ MILLONES DE BOLÍVARES. Cuando le pregunté la razón por la cual me habían subido la parada de 3millones a 10millones, la descarada respuesta fue: “¿tú no eres hermano de la María Conchita Alonso, pues?” La gente siempre ha creído que mi hermana es millonaria y que reparte esos millones entre los miembros de su familia. Evidentemente, aquel sinvergüenza se había recién-enterado de mi relación familiar con María Conchita.
No me quedó otra que demandar a la nación ante la Sala Político-Administrativa del Tribunal Supremo de Justicia. Eso fue en “La Cuarta”, cuando estaba en la presidencia Rafael Caldera.
Entre pitos y flautas, llegó “La Quinta” y el juicio – que duró más de diez años – no había arrancado. Entonces les tocó el turno al bate a los funcionarios de Chávez.
Para sustentar la realidad científica de que mis avestruces eran animales domésticos, de acuerdo a la ciencia y de acuerdo a la legislación venezolana, me traje a varios expertos internacionales de renombre, quienes declararon, bajo juramento, ante el Tribunal Supremo de Justicia.
La nación se trajo a tres “expertos” en avestruces, dos de los cuales eran argentinos. Ninguno de ellos supo decirle al tribunal cuántos dedos tenían los avestruces. Cuando le tocó el turno a declarar al “experto” venezolano, se desternilló de la risa con la pregunta: “¿cómo que cuántos dedos?”, repreguntó el hombre.
En eso mi abogado (mi hermano Ricardo), le pregunta: “diga cuántas patas tiene una vaca.” El zoólogo de Profauna respondió: “cuatro, si no es mocha…”
Todo este careo se estaba llevando a cabo bajo la majestad la Sala Político Administrativa del Tribunal Supremo de Justicia. De ahí hacia arriba solamente quedaba el Tribunal Celestial.
Hace unos meses, en el año 2008, el TSJ finalmente sentenció en mi contra, algo que era de esperarse… por supuesto. La “tranca” que me puso Profauna me hizo perder un contrato de tres millones de dólares. Por incumplimiento del contrato con mi cliente, tuve que cancelar doscientos mil dólares, luego de haber perdido ese juicio, ya que había incumplido en la entrega del lote de avestruces reproductores que vendría desde el continente africano. En el proceso perdí una propiedad que tenía en Miami y algunas inversiones que había hecho en la isla de Curazao.
En el año de 1984 me encontraba cumpliendo compromisos profesionales como productor de televisión en WAPA TV, de San Juan de Puerto Rico. Tuve que hacer un viaje a Venezuela para resolver unos asuntos personales. Había ganado Jaime Lusinchi y en una “cola” en la Avenida Libertador, de Caracas, me topé – de carro a carro – con mi ex compañera de Radio Caracas Televisión, Neyda Plessman. Al verme, me gritó desde la ventanilla de su carro que me quería ver, porque su marido – Rafael García Flores – se “había adueñado” (sic) de Venezolana de Televisión (la estación de tv del estado venezolano), donde podríamos contratar, con mi necesaria ayuda, la producción de VARIOS programas de televisión.
Esa tarde me reuní con ella y al día siguiente estábamos sentados los tres, Neyda, Rafael y yo, frente al nuevo presidente de VTV (Venezolana de Televisión, la estación del estado venezolano), un tal “Poeta” Pedro Francisco Lizardo y al gerente general de la planta, Álvaro Vilachá.
En efecto, salimos de la reunión con dos contratos. El primero para producir un programa de media hora que lo produciría y lo presentaría yo, sería de corte científico y se llamaría “Cirugía”. El segundo, también de mi producción, sería un espacio presentado por Neyda Plessman y Rafael García Flores, quienes contraerían nupcias poco después, titulado “Más Allá de la Comprensión”. Trataba de temas esotéricos, un tópico que les gusta mucho a los venezolanos.
En la reunión con “el Poeta”, dejé claro cuánto quería ganar y acordamos que el canal contrataría ambos programas semanales y que le cancelaría a mi empresa, “Producciones Robert Alonso”, Bs. 50.000 por cada uno, es decir: Bs. 400mil cada cuatro semanas, que para entonces era una cifra considerable y muy respetable. Me comprometía, según el contrato, a cubrir los gastos de producción, al estilo de las “producciones independientes”, que más tarde se pondrían muy de moda en Venezuela. Tenía todos los equipos necesarios para sacar al aire ambos programas y un personal calificado para llevar a feliz término aquel interesante contrato.
Regresé a Puerto Rico, terminé mi contrato con WAPA y regresé a Venezuela a trabajar para VTV, como “productor independiente”.
Todo iba a las mil maravillas hasta que García Flores me dijo que teníamos que contratar (darle un “cambur”, una “botella”) a un adeco (miembro inscrito del partido de gobierno para la época, Acción Democrática), por la IMPRESIONANTE SUMA de Bs. 7.000 al mes. La Plessman y García Flores ganaban Bs. 3.500 a la semana, cada uno. El “sueldo” del “camburista” tendría que salir de mi bolsillo, a lo cual me negué rotundamente. Eso bastó y sobró para que mi vida cambiara total y absolutamente.
A la semana, mientras transitaba por la urbanización San Bernardino, de Caracas, leo en la primera plana de un popular vespertino (el cual colgaba de la puerta de un kiosco que daba a la calle), un inmenso titular en color rojo que decía: “Acusado de Estafa el Hermano de María Conchita.”
“No puede ser, si mi hermano Ricardo jamás se mete en problemas…”, me dije al tiempo en que salía de mi carro para leer el periódico. Resultó ser que no se trataba de mi hermano: ¡el acusado era yo! Rafael García Flores y Neyda Plessman me estaban acusando de estafa doble y agravada, por la suma de 7.000 bolívares. Según ambos, los dos cheques que les había cancelado hacía un par de días en pago por sus respectivos salarios, habían rebotado por no tener fondos.
Mi productora quedaba en el Edf. Cavendes, de Los Palos Grandes, en el Estado Miranda, donde se “había cometido el crimen”. La demanda fue introducida en los famosos tribunales de “Pajaritos”, en el Distrito Federal y ante una “juez accidental”, es decir, una juez que le estaba haciendo las vacaciones al juez titular. Los jueces accidentales eran temibles, porque se prestaban para todo tipo de chanchullos.
En aquel entonces, los juicios debían ventilarse en la jurisdicción judicial donde supuestamente se había cometido el crimen. En mi caso, la acusación se debió haber introducido en el tribunal penal de Los Palos Grandes, que estaba a cargo del Juez Sthory.
Ahí mismo, Neyda Plessman retiró su acusación, pero García Flores insistió en ella. Cuando García Flores fue a protestar el cheque, para cumplir con un requisito legal, ante el hoy-desaparecido Banco La Guaira, donde tenía la cuenta de mi productora, se encontró con que había más de 300mil bolívares. Cuando el cajero le preguntó a Rafael si quería cobrar su cheque por 3.500 bolívares (unos $ 600 para la fecha), éste le respondió: “nosotros no hemos venido aquí a cobrarlo, sino a protestarlo”, algo que le fue imposible hacer a mi acusador, ya que en la cuenta había dinero más que de sobra.
En eso, mi abogado, Juan Cancio Garantón Nicolai, había introducido una petición ante mi tribunal natural, en Los Palos Grandes, para que el juicio se ventilara donde tenía que ser. Él sabía que tenía que sacarlo de las garras de la juez accidental, en un tribunal que no podía conocer del caso. Entonces se estableció una batalla jurídica entre ambos jueces, ya que la jueza de “Pajaritos” se negaba a enviar los recaudos al juez Sthory, alegando que primero me tenía que “poner a derecho” en su tribunal.
En fin. Logramos que la juez enviara todos los recaudos a Los Palos Grandes, tribunal ante el cual me puse a derecho, es decir: me entregué.
El escándalo ya se había generalizado y había traspasado las fronteras de Venezuela. La Associated Press había distribuido la noticia en varios idiomas. La comidilla del momento era “el hermano estafador de María Conchita Alonso”.
La juez accidental de “Pajaritos” me tenía cocinada una orden judicial para enviarme al “Retén de Catia”, el más peligroso de Venezuela, donde enviaban a los criminales más atroces. El juez Sthory, ante una demanda por estafa de 3.500 bolívares, decidió recluirme en el “Retén del Junquito”, donde iban los criminales de cuello blanco, políticos, etc. El mismo retén donde se encontraba pagando condena, por motivos más políticos que otra cosa, el ex presidente de la CANTV (compañía telefónica de Venezuela), Nerio Neri Mago.
En aquel entonces cuando a uno le dictaban un auto de detención, tras una acusación criminal, tenía que ser recluido, por ley, en un retén o en una cárcel, mientras se celebraba el juicio, que podía durar años. No existía, entonces, el mecanismo de fianza. La ley, afortunadamente, cambió. De los 20.000 presos que atiborraban las cárceles de entonces, una tercera parte estaba compuesta por “procesados penales”, es decir, por reclusos que esperaban que sus juicios comenzaran o terminaran, lo que podría llevarse años. Ojo: eso era en “La Cuarta”.
Luego de una semana en el “Retén del Junquito”, el juez de primera instancia, Sthory, me absolvió y sentó jurisprudencia, pues me eximió de tener que pagarle los 3.500 bolívares a mi acusador, Rafael García Flores, por haber éste despreciado su cobro cuando intentó protestarlo ante el banco.
Aquella acusación estaba repleta de vicios, además del hecho de haber sido introducida en un tribunal que no tenía competencia para llevar mi caso. Para que hubiera delito de estafa, el estafador debió haber recibido del estafado una contraprestación… y en mi caso, le estaba cancelando un salario a un empleado. De haber rebotado el cheque, lo que jamás sucedió (como luego nos enteramos en el juicio), la deuda entre el patrón (yo) y el empleado (García Flores) hubiera persistido. En todo caso se hubiera tratado de una demanda civil, por cobro de bolívares… no de una estafa y mucho menos “agravada”.
Al pasar los años e, incluso, las décadas, no era raro que al conocer a alguien se me preguntara: “¿tú no eres el hermano de María Conchita, el que estuvo preso por estafa?” Del tiro me salí de la televisión y comencé a producir documentales para el exterior. Afortunadamente me fue bien. Fui contratado como productor de documentales por las Naciones Unidas y por muchas instituciones de importancia mundial. Ni Neyda Plessman ni Rafael García Flores regresaron a la televisión. La primera tuvo un accidente neuro vascular que la llevó al borde de la muerte y García Flores tuvo que echar el resto dando clases de locución en un timbiriche de mala muerte. Pocos meses después del escándalo, la pareja se divorció y jamás se habló de ellos.
Pude haberlos acusado por un delito sumamente grave, “simulación de hechos punibles”, ya que jamás hubo tal “rebote del cheque”, pues García Flores ni siquiera había depositado el cheque o lo había intentado cobrar por taquilla. Así de descarado era el sistema judicial en Venezuela, donde lo normal era que los jueces se prestasen al chanchullo, salvo muy contadas excepciones, por supuesto. Dentro del sistema judicial de “La Cuarta”, lo normal era la corrupción más descarada, lo anormal era la honestidad. Y que me perdonen los jueces que lean este libro.
La madre de García Flores trabajaba como telefonista o secretaria en el poderosísimo bufete del Dr. David Morales Bello, el capo de un cartel jurídico llamado “La Tribu” y homólogo de Ildemaro “Garabato” Martínez (del Partido Social Cristiano Copei), a la hora de manejar el fraude en el entonces Consejo Supremo Electoral, hoy Consejo Nacional Electoral.
Imagínense un país donde un individuo con cierta “palanca” (contacto político), se le aparece a un juez con un cheque que recién acaba de recibir, del monto que fuese, con la intención de “hacer una olla” y que ese juez se preste para que la falsa acusación prospere, a sabiendas de que jamás el cheque estuvo desamparado por los debidos fondos. Si consideramos que esa experiencia horrible que a mi familia y a mí nos tocó vivir, era (en “La Cuarta”) tan cotidiana como los muertos que hoy produce el hampa en la Venezuela de Chávez, podríamos comenzar a entender, un poquito, por qué perdimos – entre muchísimos otros factores – a Venezuela.
Lo que se produjo en mi caso fue lo que entonces llamábamos “terrorismo judicial”. Como ya dije, era algo NORMAL. En el proceso, se le embarraba el buen nombre a cualquiera o, se le presionaba para que “se pusiera a tiro”.
Mis hijos tenían que ir al colegio sabiendo que sus compañeritos y Venezuela entera estaban al tanto de que su papá estaba “preso” por estafa, porque desde que comenzó el escándalo y durante la semana que estuve retenido, cumpliendo con un absurdo requisito de la ley de entonces, de lo único que se hablaba en los medios de comunicación “social” del país era de la estafa del hermano de María Conchita.
Todo el proceso se robó grandes titulares, pero el día en que salí del Retén del Junquito, la prensa lo reseñó en notas escondidas por allá lejos, entre las páginas que menos se leían. Cuando le pregunté a un periodista venezolano amigo, por qué se produjo tal fenómeno, me respondió que la libertad de un detenido “no es noticia”.
Lo primero que hice, al salir de “prisión” (jamás estuve “preso” sino “detenido” para cumplir con ese absurdo e injusto formalismo legal de la época), fue contratar un bufete con mucho poder político para introducir las respectivas contra-demandas por difamación, injuria, falsos alegatos, abuso de poder… y el peor de todos ellos: simulación de hechos punibles.
Mi familia me aconsejaba que dejara todo eso atrás, por temor a otro escándalo. Mi padre me decía que mientras más se revolviera “la mierda”, más iba a apestar.
Se produjeron dos hechos tremendamente influyentes para que desistiera de llevar a la verdadera prisión a Rafael García Flores y a su esposa Neyda Plessman. El primero tuvo que ver con mi guía espiritual, el hoy-fallecido Monseñor Eduardo Bosa Masvidal, para entonces obispo auxiliar de la ciudad de Los Teques, un sacerdote – consejero espiritual del exilio histórico cubano en Venezuela – quien fue virtualmente echado de la Cuba de Castro a patadas y había buscado refugio, como mi familia, en nuestra patria adoptiva. Él me ayudó a encontrar cierta paz espiritual.
El segundo evento lo produjo una visita que le hiciera la madre de Neyda Plessman a la mía, donde le rogaba en llantos que me pidiera que dejara todo así, porque su familia no podría soportar una desgracia más.
Neyda Plessman provenía de una distinguida familia venezolana. Su padre era un famosísimo cirujano y su madre había sido clienta de la mía en el conocido “Gimnasio Siluet”, propiedad de mis padres. Su madre hizo que le PROMETIERA que no iba a tomar acciones legales en contra de Neyda, quien, en un principio, había introducido la acusación en mi contra, presionada – supongo – por su entonces esposo, Rafael García Flores, dueño en Venezuela de una merecida fama de bandolero y que no pegaba con aquella familia, ni con el círculo social en el cual ella se desenvolvía.
Lo único que hice fue denunciar a la juez accidental ante el Consejo de La Judicatura, donde el caso fue engavetado, porque salpicaría, no sólo al poderoso bufete del Dr. David Morales Bello, sino a todo el sistema judicial, ya que el escándalo sería superlativo, tomando en cuenta el poder mediático que había demostrado tener un problema público en el cual se involucraba el hermano de una de las actrices más famosas de la Venezuela de entonces, quien acaba de debutar en Hollywood con la película “Moscú en Nueva York”, compartiendo honores con Robin Williams.
Así funcionaba la justicia en “La Cuarta”, cuando Venezuela era “decente” y democrática. ¿Cómo será ahora, cuando el sistema judicial está al total servicio de Hugo Rafael Chávez Frías?
Es por eso que me asombro cuando veo que “nuestros” dirigentes de la “oposición” introducen escritos, amparos y demandas ante el Tribunal Supremo de Justicia, como si ellos no supieran, de antemano, cuál será el resultado.
Cuando ahora se comenzó a hablar, luego del hiper-mega fraude del 15F2009, de solicitar ante el TSJ el adecentamiento del C.N.E., lo menos que me produjo fue risa. Como diría Joselo, un comediante que tuvo su época en Venezuela y que destruyó su imagen arrastrándose al régimen: “¿por qué engañan?”
A Robert Alonso nadie le puede hablar de cómo se bate el cobre en los tribunales de justicia venezolanos… ni en el Consejo Nacional Electoral, porque ha sido “picado” por ambas “culebras” y el “picado de culebra, le tiene miedo al bejuco…”
¡Ahí se las dejo!